domingo, 12 de septiembre de 2010

La cuestión magnética

Es irrefutable que tus pestañas no vomiten la sal;
Cuando ella te entrevera,
En ese aroma del cian,
Que arrepiente a las pupilas.

Las venas ya tiemblan, se colapsan al amor,
Una serpiente de hierro,
Había tragado mi esencia.
Su amor, su éxito,
La volvió a estas tierras,
A mis propias entrañas y vísceras.

Sus lágrimas fueron mi espanto,
Por nunca poder recibirlas,
Por no poder nunca percibirlas.

La cáscara quiebra dentro del hueso,
Y deja salir los borregos,
Afronta al miedo su inocencia.

Con el poder del silencio,
Esquiva charcos de infiernos.

Una oda quiso comerme,
Llevarme hasta sus paredes,
Su amor quito la franquicia,
La convirtió en un sentir,
En una memoria eterna.

Aunque la nieve llegue estos días,
A derretir al mismo fuego,
Su amor se envolverá siempre,
Aniquilando a las demás serpientes.